Los impostores
Per Luís Domingo Millàn
Desde que el mundo fue habitable por el ser humano, siempre permaneció con él su impostura y farsa como arma de engaño oportunista con sus formas variopintas para fingir ser y hacerse pasar por lo que uno no es.
Los sinónimos del impostor son amplios en los diccionarios de lengua, a saber, embustero, mentiroso, tramposo, traidor, desleal, difamador, falso, parlanchín, calumniador, farsante, imitador, detractor, etc. El impostor es una persona que simula ser alguien diferente a su persona intentando conseguir ventajas económicas o sociales a base de falsificar su entorno atribuyendose, a la vez, bulos sobre alguien de su aproximación.
Sus argucias para obtener sus deseos van unidas a disfrazar sus engaños con falsas verdades de todos sus actos o cosas, incluso, inventandose a si mismo al jugar al escondite para desarrollar sus chismes o calumnias exagerando los hechos de alguien según sean las circunstancias y fingiendo ignorancia y olvido cuando es descubierto su juego.
En el fondo de su mente quisiera ser un falsificador pero a diferencia de este último, el falsificador es un artista que amaña valores materiales y espirituales, ya sean billetes u obras de arte con una preparación técnica para logar el embuste mágico del arte. En cambio, el impostor suele arroparse de falsos actos ya sean en salones o en reuniones sociales, inventandose con su envidia hacia los demás y su arrogancia y melomanía las medias verdades con falacias.
La psiquiatría tiene catalogados varios tipos de mentiras: las inocentes de los enfermos mentales y las de los impostores, éstos suelen ser tipos vanidosos y ególatras y si algun amigo destaca en algo, lo primero que suelen hacer es crear falsos testimonios con su resentimiento viperino para perjucio de quien sea en general.
Hay que tener en cuenta que estos personajes suelen hacer y deshacer cuentos y patrañas como algo natural desde que se acuestan hasta que se leventan. Sus farsas son sus vestidos, por eso la psiquiatría al impostor le atribuye ciertas dosis de misogenia con mucha facilidad de charlatanería y algo de don de gentes.
Al final, el impostor suele acabar mal cuando su farsa con su lujuria vanidosa es descubierta al salir a la luz todo aquello que dijo o hizo ya sean títulos de estudios o cargos y actos que no fueran parte de ellos. Su sufrimiento mental se ve ampliado conforme a su tramoya teatril: se desvanece como pompas de jabón.
Y es que, la impostura suele tener código de caducidad por más que se le vista de ego súbito y se evapora al no poder legitimar todos y cada uno de sus actos con documentos o papeles en su hábitat cotidiano ahuyentando ejercicios con mentiras de su persona (currículum vitae). Los impostores los hay y los habrá mientras existan seres humanos en esta vida.
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