El 26 la lucha continúa
• No nos escandaliza la violencia que no desemboca en muerte, porque tenemos una enorme y atroz tolerancia ante la violencia hacia las mujeres • Mi esperanza es que comprendamos que la violencia contra las mujeres se ejerce a diario (sí, a diario), en múltiples formas
A medida que se aproxima el 25 de noviembre, Día Internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres, me viene a revolotear algo en el estómago. Dos revoloteos: un miedo y una esperanza, contrapuestas, que se instalan en algún lugar, entre mi pecho y mi vientre.
Ya llevamos días de llamativo despliegue de campañas, carteles, hashtags, artículos y frases grandilocuentes, todo para condenar la violencia contra las mujeres. Y eso es estupendo. No obstante, mi miedo se fundamenta en que este día, cada año, se convierte en una jornada de expiación de culpas, porque instituciones, entidades y personas que nunca mueven un dedo por los derechos de las mujeres (incluso al contrario, tratan de dinamitarlos), al llegar noviembre tratan de salvar sus almas a golpe de tópico. Salen de todos los rincones voces que afirman por tierra, mar y twitter (y facebook, que yo soy de facebook) que rechazan la violencia que algunos hombres ejercen sobre algunas mujeres en sus formas más extremas (es decir, los asesinatos, básicamente). ¿Y mi miedo? Mi miedo es que la mayoría social no salgamos de nuestra zona de confort, expresión que tanto se ha popularizado. Miedo a que nos conformemos y asumamos que el 25 de noviembre del próximo año volveremos a hacer lo mismo: airear tonos lilas y #Niunamenos por redes sociales, esperando que alguien haga algo.
Los asesinatos de mujeres son la manifestación más dramática y extrema de la violencia contra las mujeres. El problema es que no conseguimos trascender más allá, entender que mientras existan primeros escalones de violencia contra las mujeres, existirán los últimos escalones. No nos escandaliza la violencia que no desemboca en muerte, porque tenemos una enorme y atroz tolerancia ante la violencia hacia las mujeres. Toleramos violencias cotidianas y sistemáticas sin comprender que unas violencias existen porque trepan por encima de las otras que se “aceptan” sin poner el grito en el cielo.
Y aquí aparece mi esperanza. Mi esperanza es que comprendamos que la violencia contra las mujeres se ejerce a diario (sí, a diario), en múltiples formas. Mi esperanza es que este 25 de noviembre miremos alrededor y hacia adentro, y nos preguntemos honestamente: ¿de qué manera estoy yo participando en que la violencia contra las mujeres continúe? ¿en qué situaciones la estoy consintiendo? ¿cuántos motivos tengo para clamar contra la injusticia y no lo hago?
El acoso callejero, la falta de corresponsabilidad en las tareas de cuidados y domésticas, la apropiación de las ideas de las mujeres, la invisibilización de nuestro trabajo, el juicio a las actitudes tradicionalmente masculinas cuando las ejercemos mujeres, las interrupciones en nuestros discursos o tareas, la cosificación de nuestros cuerpos y nuestra valoración únicamente en función de nuestro atractivo físico, la infravaloración de nuestros conocimientos o capacidades, la brecha salarial, la infrarrepresentación, el humor machista, el veto a ciertos espacios, los insultos y las referencias a nuestra vida sexual o a nuestros cuerpos… ¿nos suena algo? El memorial de agravios es interminable.
Los hombres deben mirarse a sí mismos. Y a sus iguales. Deben educarse entre ellos. Y tanto ellos como nosotras debemos posicionarnos, y decidir de manera clara qué sociedad queremos: una sociedad misógina, violenta de manera sistemática contra las mujeres, o una más justa, de mujeres, hombres, personas, que conviven de forma No violenta. Si queremos la segunda, no podemos esperar al 25N siguiente. Si queremos la segunda, nos vemos el día 25 en las manis, sí, pero el 26 la lucha continúa, en la vida, todos los días.
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