La vida en el centro
Article opinió per Ana Peris, membre de la candidatura de Podem Alcoi
Se repite que es necesario feminizar la política, y lo es. Cualquier grupo político que se considere progresista ha incorporado esta terminología a su discurso. Sin embargo, al resumir en tres palabras toda una concepción política, corremos el riesgo de que pierda significado, su carga política y transformadora.

Feminizar la política significa despatriarcalizarla, despojarla del androcentrismo que marca su agenda. Lo que siempre ha acaparado la atención política es lo productivo, el mercado, lo tradicionalmente masculino. Las mujeres, confinadas históricamente a las tareas reproductivas y de cuidado, han estado apartadas de las decisiones políticas, no únicamente por no participar en ellas sino porque sus necesidades tampoco han sido atendidas.
Muchas de nuestras madres y abuelas han trabajado fuera de casa, pero lo que todas han hecho seguro es dejarse la piel criando, cocinando, limpiando, cuidando a criaturas y personas enfermas o con diversidad funcional todo para que nuestros padres y abuelos estuvieran, cada día, listos al toque de diana para dejarse la salud en los campos, las fábricas y las oficinas. Feminizar la política es entender que esa labor que han hecho y siguen haciendo las mujeres mayoritariamente (los datos así lo confirman), tiene un valor vital inconmensurable, porque es necesaria para nuestra supervivencia y para tener una vida digna. Y las mujeres lo hacen gratis pero no nos engañemos: también tiene un valor económico, sostenedor del sistema capitalista. ¿Cómo iban a dedicarse los hombres por entero a ser mano de obra del mercado si no fuera porque sus parejas mujeres les liberan, total o parcialmente, del resto de trabajo que requiere el hogar y la familia?
Sin embargo, reconocer este valor no puede hacernos regocijarnos en los viejos roles patriarcales. No queremos que la vida de las mujeres siga girando, obligatoriamente, en torno a la crianza, los cuidados y el trabajo doméstico, ahora dándole valor, repitiendo como un dogma que se trata de una labor valiosa o preciosa. Esa idea es reaccionaria: la misma de siempre pero revestida de purpurina. ¿Acaso todas las mujeres queremos cuidar? ¿Acaso ningún hombre quiere hacerlo? Lo que queremos, si hablamos de feminizar la política, es aceptar que las tareas de crianza y cuidado son, por imprescindibles, una responsabilidad pública y que, por lo tanto, las instituciones públicas deben hacerse cargo, desterrando la concepción del trabajo por amor, que al final lo hacemos las mujeres y de manera gratuita. Asimismo, necesitamos cuestionar los roles de género y las relaciones que se establecen sobre ellos, fomentando, mediante políticas públicas, que todos los miembros de la familia se corresponsabilicen y distribuyan las tareas de manera equitativa (y recordemos lo prioritario de apostar por una auténtica coeducación).
Feminizar la política es, en definitiva, poner la vida en el centro de las decisiones políticas. Todas las vidas. Por ello, todas las políticas públicas deben tener, indispensablemente, perspectiva de género para tener en cuenta las necesidades de las mujeres, así como de las personas LGTBI, con diversidad funcional, gente mayor, infancia, y de todos los grupos sociales. Es innegable que una organización social que gira en torno al mercado, como la que tenemos, no es sostenible, ni digna, ni ética, ni satisfactoria. La vida no debería estar al servicio del sistema económico: el sistema económico debe servir a la vida de las personas, y no al contrario. Lo importante somos las personas. Todas. Y esta verdad tan sencilla es la idea central de lo que implica feminizar la política.
Para feminizar la política y poner la vida en el centro hace falta voluntad política real de hacerlo y personas preparadas. Querer y poder. Pues, sin duda, queremos y podemos.
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